En lo alto de la cueva de las profundidades, donde la luz podía asomarse apenas a través de la espesa capa, acechaba un pedante silencioso. Sus escamas brillaban con una belleza misteriosa, camufladas contra el follaje esmeralda. Este era algo más que el legendario luchador, un maestro del sigilo y la precisión en su trabajo.
En un pequeño pájaro, visible a la vista del impetuoso pájaro, apareció un geco verde. Su piel, una capa de tonalidades oscuras, se movía sin esfuerzo para combinar con la eclíptica circundante. Consciente del ritmo de espera, continuó su paseo pausado, preguntando por la calidez del aire tropical.
De repente, como si se tratara de un rayo que se desprendió del azul, el rayo se disparó. Con una velocidad increíble, se enroscó alrededor del geco inexperto, y su poder se apoderó de él en una forma de escape. El geсko, tomando el ataque inminente, intentó atacar al grupo, su coloración se agitaba en un intento desesperado por sobrevivir.
Pero el gecko era muy fuerte. Con un agarre parecido al de una prensa, apretó sus espirales alrededor del gecko, quitándole la vida a su presa con una precisión calculada. Cada movimiento era delicado y cada coyuntura un testimonio de la eficacia del diseño de la época.
A medida que se desarrollaba la batalla, se desarrollaba un silencio sepulcral entre la vegetación del pantano. El gecko luchó con valentía, su tipo de lucha se volvió hacia la fuerza excesiva de su ataque. Sin embargo, con cada momento de paso, el agarre del puño se hacía más fuerte y su forma más uniforme era inconfundible.
Poco a poco, la escena llegó a aparecer. El hablado, victorioso de su posición muerta, se deslizó hacia las sombras, dejando abiertos los ecos de su éter. Y en medio del silencio del jugle, el gecko verde, ahora inmóvil y sin vida, sirvió como un misterioso emigrante de la realidad inmutable del mundo natural.